sábado, 5 de julio de 2025

“Sirat”: Retrato de una historia que ha olvidado a sus personajes.

“Sirat” tiene todos los ingredientes que hacen salivar a un crítico o a un cultureta gafapasta en plena orgía festivalera: denuncia social vestida de alegoría, atmósfera que suda apocalipsis por cada plano, trance electrónico chamánico, narrativa posmoderna enigmática y personajes tan lacónicos que uno duda si están iluminados o simplemente no saben qué decir.

El problema es que, mientras algunas capas brillan como un diamante meticulosamente pulido, otras quedan toscas, con aristas romas y grietas. Lo que apasiona a Oliver Laxe —el concepto, la crítica a la sociedad occidental, la estética del colapso, la atmósfera— lo trabaja como si fuera la piedra filosofal del cine de autor. El resto lo deja en bruto. Y claro, si tallas una gema solo por algunas caras, lo que obtienes no es un diamante: es una piedra a medio pulir que brilla solo si la miras desde el ángulo correcto… y con fe.

El mensaje de fondo es potente. Occidente bailando techno mientras todo arde a su alrededor. Ravers en trance sobre un campo de minas divirtiéndose hasta la muerte. Grandes metáforas de Occidente y de nuestra sociedad capitalista.

El agujero negro de Sirat son sus personajes. Porque ¿quiénes son esas figuras a las que les ocurren tantas tragedias? ¿Qué desean? ¿Qué piensan? ¿Cómo cambian? No lo sabemos. Y es que con un guion cuya frase más larga es “pásame el martillo”, no es de extrañar. Salvo el niño —que nos toca por puro reflejo biológico—, el resto de personajes nos importa un bledo. Son meras siluetas simbólicas, criaturas de cartón piedra envueltas en polvo y dolor. Bellos en su feísmo, sí, pero incapaces de despertar empatía. No son personas: son figurantes de un anuncio posmoderno de ONG. Tomemos como ejemplo a los raveros a los que se une Luis. ¿Cuál es la postura de Óliver Laxe frente a ellos?: ¿Los critica por frívolos o los celebra como alternativa espiritual y contracultural? ¿Son el síntoma de la decadencia o su posible cura? Respuesta: ns/nc. Seguro que Laxe dirá que lo deja abierto para que el espectador reflexione. Yo digo que no se ha molestado en ponerle bisagra a la puerta.

Y cuando la profundidad de los personajes no se trabaja, lo única alternativa para conmover es el golpe de efecto. Así, Sirat se convierte en una especie de slasher indie construida a base de traumas acumulativos: tragedia, planos contemplativos, nueva tragedia y vuelta a empezar con hilo musical de música electrónica. Pero que algo te impacte no significa que esté bien narrado. Es como quien quiere que le des la razón a base de romper la vajilla; no te convence, te chantajea. En ese sentido, Sirat es manipuladora hasta la médula.

Y así llegamos al clímax, ese momento de supuesta revelación donde Luis (un Sergi López que hace milagros con lo que le dan) cruza el famoso "sirat", ese puente mítico que separa el infierno del paraíso en la tradición islámica. Estrecho como una hoja de cuchillo, frágil como un pensamiento. Cruza porque ha cambiado, porque ha aprendido algo. Ha completado su arco (Ahí Laxe no es tan iconoclasta y tira de ortodoxia de guión). ¿Pero qué ha aprendido exactamente? Pues al parecer, que hay que dejarse llevar. ¿Zen? ¿Nihilismo ilustrado? ¿Simple resignación? Ni idea. Volvemos a la desidia de Laxe con las partes de su piedra preciosa que no le interesan: para que ese arco funcione, deberíamos haber visto a un personaje que al principio intenta controlarlo todo y que aprende a dejarse llevar. Pero el Luis controlador aparece menos en la película que su hija (el McGuffin de la historia, porque cómo va a encontrar a Mar en medio del desierto). Lo único que recuerdo sospechoso de exceso de control es desconfiar inicialmente de unos desconocidos en un entorno hostil y proteger a su hijo diciéndole que se aleje del abismo y se meta en el coche. Y yo a eso no le llamo ser controlador. Le llamo tener sentido común.

Así que el gran puente simbólico que sostiene la historia, ese sirat tan cargado de significado, se viene abajo. Porque un puente sin cimientos bien construidos no es una vía de paso: es un decorado. Muy instagrameable, sí. Pero no te pongas encima que no va a aguantar tu peso.

Y, sin embargo, hay que reconocerle méritos. Sirat me ha hecho pensar, discutir y escribir este texto. Me ha dado una excusa para preguntarme por qué una película con cosas tan buenas acaba dejándome más frío que una rave a la que a la que no llegué a ir. Y la respuesta es que el cine, como ese puente frágil entre el caos y el sentido, no se cruza solo con estética ni con metáforas. Se cruza con personajes. Con alma. Y cuando eso falta, el espectador acaba cayendo al vacío.

 

10 comentarios:

Anónimo dijo...

A los buenos días Marco Antonio, tenía cierta o bastante curiosidad, en la medida que me acerco al cine desde hace años, pero habiendo leído estos comentarios, sobre especialmente un guion con personajes vacíos y sin alma, el interés se me viene al traste, y bueno, lo máximo a lo que aspiro será a Echarle un vistazo en la plataforma correspondiente, que es un tema muy cómodo, especialmente para no aventurarse a ir a la sala de cine. Un abrazo y gracias Marco.

Marco A. Robledo dijo...

Pese a ello, en verano no vas a estar en ningún sitio mejor que en una sala de cine con aire acondicionado.

Javier dijo...

Buenísimo artículo Marco, me quedo rendido la verdad. No podría haberlo plasmado mejor. Enhorabuena y sigue haciendo críticas porque sin duda sabes de qué hablas.

Marco A. Robledo dijo...

Gracias, Javier. Me alegro que te haya gustado.

Sergi dijo...

Genial crítica y reflexión. Comparto tu valoración. Se me hizo larga y aburrida, especialmente el primer tercio de la peli q nunca despegaba... después lo que dices, susto tras susto, personajes vacíos y una sin razón q no sabes dónde te lleva.

Marco A. Robledo dijo...

Gracias, Sergi. Efectivamente, el primer tercio es una metáfora muy lograda sobre la procrastinación.

Anónimo dijo...

Querido Marco, tus comentarios me llevan a pensar que estoy todavía en un momento reflexivo, porque como te he dicho, la vi ayer mismo en filmin (por cierto, ayer me quité de Netflix para así limpiar esa basura virtual de esta casa), y pienso que es una experiencia cinematográfica brutal y potente, y en mi caso, con estos personajes vacíos según tu opinión, –no hay que olvidar que la longitud de los diálogos no es significativa de una mala construcción de personajes, incluso podría ser al contrario), me ocurre que me voy identificándome con ellos poco a poco y no me hace falta nada más que lo que hay de verdad en el fondo sin saber nada más de ellos, o nada menos, porque el simple hecho de que están donde están, son como son y van hacia donde van, cuenta muchísimo y construye un universo o burbuja gigante. A mí no me hace falta nada más para empatizar.
El fondo de los personajes está en su superficie, que no es superficial.
Es muy cierto que hay mucha metáfora, mucho simbolismo, pero también me llega hasta la médula una sensación y emocion de que la historia y los personajes son tremendamente terrenales anclados a la tierra a martillo y cincel, con una denuncia social y política total, y al final la experiencia me lleva a tu primera frase:
el mensaje es potente... y el último plano te (me) deja anclado al sofá con un impacto fuerte.

No creo que la película tengan ningún problema.
Pienso que, en determinados casos, en películas tan especiales como esta, los espectadores podemos llegar a ser demasiado sesudos, y eso impida lo que creo quiere proponer el creador de Sirat:

entrar en el viaje sin contemplaciones y acabarlo cubierto de polvo y exhausto.

Ignacio dijo...

Coincido casi palabra por palabra. Sin duda, lo más impactante sucede a partir de un hecho traumático que lleva de forma no causal, sino meramente consecutiva a un último escenario y situacion que dan lugar a un mediometraje de terror, una especie de "Juego del Calamar" al que se podría haber llegado por cualquier otro camino o tras un prólogo de 5 minutos: van unos tíos por el desierto y de repente... Y ya. Son 15 o 20 minutos tensos, bien rodados y con sustos. No proceden de lo que hemos visto antes ni tienen consecuencias en lo poco que viene después. ¿Es una mala película? Quizá no. A Boyero le gustó.

Anónimo dijo...

jajajajajajaj, lo de Boyero es lo PEORRRRRR

Marco A. Robledo dijo...

Un honor que escribas en mi blog, Ignacio, sobre todo si estamos de acuerdo 😆