miércoles, 23 de octubre de 2024

La Sustancia: El sueño de la perfección produce monstruos

¿Qué pasaría si la búsqueda de nuestra mejor versión nos convirtiera en monstruos? Esta inquietante pregunta es la que subyace en "La Sustancia", una actualización del mito de Dorian Gray, que nos sumerge en un universo visual y temático con influencias de Cronenberg,  Kubrick, Lynch y De Palma. 


Desde la novela de Oscar Wilde, la historia de Dorian Gray ha servido como un espejo para explorar los peligros de la vanidad, la belleza y la inmortalidad. El retrato que envejecía mientras su dueño permanecía joven ha sido reinterpretado innumerables veces en el cine, la literatura y otras artes, cada vez adaptándose a los miedos y obsesiones de una nueva era. "La Sustancia" se suma a esta larga tradición con una mirada contemporánea, explorando los oscuros rincones de nuestra sociedad obsesionada con la juventud y la perfección.


En esta película, la protagonista, interpretada por Demi Moore, se enfrenta a un dilema moral que va más allá de la simple vanidad: la posibilidad de alcanzar la versión ideal de sí misma a costa de su versión previa. Al igual que Dorian Gray, se ve atrapada en una espiral de autodestrucción, impulsada por el deseo de preservar su juventud y belleza. 


Más allá de la evidente crítica a la hipersexualización, la cosificación de la mujer y los peligros de la obsesión por la perfección en una sociedad que nos bombardea constantemente con ideales de belleza inalcanzables, "La Sustancia" nos invita a una reflexión más profunda sobre la naturaleza humana. La premisa de la película de poder generar versiones más perfectas de uno mismo nos retrotrae, en cierta manera, al concepto de la "sombra dorada" de la psicología junguiana que representa el potencial no realizado, aquello que anhelamos ser y que creemos que nos hará felices. A diferencia de la mayoría de obras que se han centrado en el concepto de la sombra como el lado oscuro de nuestra personalidad, "La Sustancia" nos muestra cómo la búsqueda de esa deseable "sombra dorada" no está exenta de consecuencias inesperadas y perversas. Al alcanzar nuestra versión ideal, es nuestra identidad original la que se convierte en sombra, desatando una serie de conflictos internos y externos. Esta poco explorada idea resulta profundamente provocadora y nos invita a cuestionar nuestra propia búsqueda de la perfección.


En "2001: Una odisea del espacio", Kubrick presentaba al "superhombre" nietzscheano (aquella persona que trasciende los valores morales convencionales para alcanzar un estado superior de conciencia) como la próxima y esperanzadora etapa de la evolución humana . El "superhombre" kubrickiano representaba la máxima expresión del potencial humano, una evolución hacia una forma de vida más elevada.


Sin embargo, en "La Sustancia", Coraline Fargeat parece sugerir que en nuestra sociedad de consumo, obsesionada con la imagen y la perfección,la búsqueda constante de la mejora personal, impulsada por ideales mercantilizados y estándares de belleza inalcanzables, nos lleva a una espiral de autodestrucción. En lugar de alcanzar un estado superior, nos convertimos en monstruos para nosotros mismos.


Este paralelismo es subrayado en el tramo final de la película, donde la directora utiliza, igual que el maestro Kubrick, la música de "Así habló Zaratustra" asociada de forma indisoluble con el concepto de superhombre. Sin embargo, en "La Sustancia", esta música adquiere un nuevo significado, convirtiéndose en una partitura que acompaña en la presentación de la protagonista como una criatura monstruosa.Aparte de esta excelente contrapunto, es precisamente ese tercer acto donde la película más se desinfla.desentonando su tono hiperbólico y gore en homenaje a Troma con la reflexión más profunda que se plantea en la primera parte. La transformación de la protagonista en una criatura monstruosa, inspirada en figuras como Frankenstein, Carrie o el Hombre Elefante, resulta forzada y no logra conectar emocionalmente con el espectador.


En suma, "La Sustancia" es una película ambiciosa y visualmente impactante que plantea preguntas interesantes sobre la naturaleza humana y los peligros de la obsesión por la perfección. Si bien su exploración de la "sombra dorada" resulta novedosa y estimulante, los excesos y la falta de cohesión en el final empañan ligeramente el conjunto. 



lunes, 8 de agosto de 2022

THIS IS IT. THIS IS US.


This is it. Los Pearson se han ido. Y han dejado un enorme vacío en mi corazón. Durante seis temporadas han compartido sus vidas, sus sueños y sus decepciones conmigo. Me han hecho reír y me han hecho llorar. Y cómo. Y cuánto. 

Podría ponerme técnico y pedante y hablar de un equipo técnico y artístico en estado de gracia, de la impecable construcción psicológica de sus personajes y lo coherentes que eran sus arcos de transformación, de la brillante estructura narrativa de toda la serie y de cada uno de sus episodios con sus intrincados saltos temporales (con la enorme complejidad que ello conlleva en términos de plan de producción). Pero This is Us no es eso, o no sólo eso, porque This is Us está hecho con mucha cabeza pero es, sobre todo, alma y corazón. Es una celebración de la vida, una lección magistral sobre su sentido y una oda a la familia. This is Us habla de lo que significa ser padre, ser madre, ser hijo o hija y ser persona.  Habla, en definitiva, de ti y de mi, de todos nosotros. 

Gracias Jack, Rebecca, Kate, Randall, Kevin y todos los demás. Os echaré de menos. Gracias por recordarme lo que es importante. Gracias por hacerme un poco mejor persona. 

Así queremos ser. Así somos. This is Us.



lunes, 16 de julio de 2018

¡APRENDED A REIR!


Siempre me ha gustado y, a la vez, sorprendido la figura del Buda que ríe. Lo he encontrado en muchos templos budistas durante mis viajes por Asia. Me ha gustado pues es una figura simpática y divertida y me ha sorprendido al compararla con la iconografía religiosa occidental, tan seria ella, carente de actitudes tan abiertamente divertidas. Este hecho, que puede parecer trivial, es la prueba material de la superioridad de la filosofía oriental sobre la occidental.

La tradición espiritual occidental (judaismo, cristianismo e islamismo), teñida de una solemnidad y una seriedad desproporcionadas, ha mirado siempre con recelo a la risa y la diversión. Lo mismo ha ocurrido con la filosofía occidental con movimientos decididamente nihilistas y pesimistas. Esto no ocurre en la filosofía y la espiritualidad oriental, mucho más optimista y positiva.

Desde mi punto de vista la risa es un rasgo fundamental de un maestro espiritual o cualquier otra persona que haya alcanzado la santidad o iluminación. Jesús y Mahoma estoy seguro que debían estar riéndose constantemente aunque siempre nos los presenten tan adustos. Y es que reírse es estar en el aquí y ahora. No te puedes reír sin estar presente.

Nuestra cultura judeocristiana, tan imbuida de culpa y sufrimiento, está profundamente equivocada. El mundo es belleza, la vida es goce y debemos saborear cada segundo adoptando una actitud epicúrea hacia la existencia.

La risa es el mejor remedio contra el ego. Para sobrevivir hay que darse cuenta de la gran Broma.

Nietzsche, tan lúcido a menudo, nos exhortaba a aprender a reír. Reír es el secreto. No hay más

“Esta corona del riente, esta corona de rosas -¡os la arrojo a vosotros, hermanos! He santificado la risa: hombres superiores, ¡aprended a reír!”
(F. Nietzsche: “Así hablaba Zaratustra”)




lunes, 15 de junio de 2015

Persona integral, líder integral- Jornadas Integrales 2012




Ponencia que impartí en 2012 con motivo con motivo de las Jornadas de la Asociación Integral Española.

viernes, 22 de mayo de 2015

Evolución de la Conciencia y Desarrollo Humano y de las las O.: una pers...


Aquí os dejo una conferencia que tuvo el placer y el honor de impartir en la Universitat Jaume I  de Castellón el 16 de diciembre del 2014 y en la que hablo de evolución de la conciencia y dirección integral de empresas y organizaciones.

domingo, 25 de mayo de 2014

SNOWPIERCER: UN ROMPEHIELOS CONTRA LA REALIDAD ILUSORIA


Mi buen amigo Álex siempre te desea buen viaje antes de ver una película. Este bonito ritual es especialmente adecuado para esta película, basada en un comic homónimo, que narra el viaje en tren de los últimos supervivientes de la humanidad a la vez que le propone al espectador un viaje introspectivo al interior de su mente para tratar de revelarle una serie de verdades trascendentes.

Se trata de un viaje ambicioso y complejo, que tiene distintas estaciones y que podríamos calificar de accidentado, a causa de algunos defectos del vehículo (la limitadísima interpretación de Chris Evans; el esquematismo de unos personajes de cartón piedra y sin arco de transformación que son poco más que peones al servicio de la historia; el ritmo de la película, incluso o sobre todo en los momentos de acción…), sin embargo el destino al que conduce y la parte final hacen que el viaje valga la pena.

En la superficie Snowpiercer es otra película distópica que habla de revolución y lucha de clases en la tradición de Metrópolis y con clara influencia del universo surrealista que nos presentara Terry Gilliam en Brazil. Desde ese punto de vista, poco aporta a la abundante literatura y cinematografía existente al respecto. Pero el rompehielos sigue abriéndose paso en su viaje y nos lleva a otra estación del viaje al fondo de la condición humana, poniendo de manifiesto la facilidad con que los seres humanos nos quedamos encerrados en patrones mentales y, en definitiva, formas de vivir que, por insatisfactorias que sean, no somos capaces de cambiar. Nos identificamos con un rol determinado (oprimido, obrero, soldado, party animal… por citar algunos de los que nos presenta la historia) y ya somos incapaces de salir de ese vagón, pese a que sepamos que hay muchos otros, repletos de posibilidades. Evidentemente, el sistema sabe y se aprovecha de esa tendencia humana y utiliza todos los mecanismos a su alcance para potenciarla, siendo la educación, como deja bien patente Snowpiercer, uno de los principales. 

Y al acercarse a la última estación es donde el rompehielos atraviesa la capa de hielo definitiva y donde raya a mayor altura, con un último acto de muchos quilates y un clímax impresionante, enriquecido con la presencia nada casual de Ed Harris, nuestro Gran Hermano favorito. En un giro de guión brillante, se nos revela que la historia y, en definitiva, la vida no van de progresar de un vagón a otro, ni de derrotar a los opresores. Por mucho que lo consigamos seguiremos en un tren que no va a ninguna parte, incapaz de salir de su círculo vicioso, de su rueda kármica. Sus tripulantes son meros hamsters encerrados en una jaula y dando vueltas a una rueda con la fútil esperanza de llegar a algún lado, como tan brillantemente expresara el cortometraje ganador del Festival de Venecia "El Show de Trumouse" de Julio Robledo (efectivamente, mi estimado hermano). La liberación definitiva implica acabar con el ciclo del sufrimiento, como diría el budismo, y para ello es necesario tener la valentía de abrir la puerta y apearse del tren. Pero para ir al Cielo, nos dice una lectura no mitológica del cristianismo, hay que estar dispuestos a sacrificar nuestro ego y los absurdos roles con los que se identifica. 

Ése es el mensaje trascendente y espiritual de Snowpiercer, un mensaje ontológico sobre la naturaleza de la realidad, probablemente el más importante que pueda y deba transmitirse que, dada su complejidad las principales tradiciones filosóficas y espirituales han tratado de explicar mediante mitos y alegorías análogas (la caverna platónica, el concepto de Maya hinduista, la doctrina de la salvación cristiana, el samsara budista etc.). En cine ya son muchas las obras que se han atrevido con la trascendental misión de rasgar el velo de la realidad aparente y mirar al otro lado, siendo la más destacables  la trilogía de Matrix, El Show de Truman, Cube,  Pleasantville o Dark City. Snowpiercer no alcanza la excelencia de esas grandes obras, y se sitúa en un respetable segundo nivel junto a cintas como Oblivion o Abre los ojos.