domingo, 25 de mayo de 2014

SNOWPIERCER: UN ROMPEHIELOS CONTRA LA REALIDAD ILUSORIA


Mi buen amigo Álex siempre te desea buen viaje antes de ver una película. Este bonito ritual es especialmente adecuado para esta película, basada en un comic homónimo, que narra el viaje en tren de los últimos supervivientes de la humanidad a la vez que le propone al espectador un viaje introspectivo al interior de su mente para tratar de revelarle una serie de verdades trascendentes.

Se trata de un viaje ambicioso y complejo, que tiene distintas estaciones y que podríamos calificar de accidentado, a causa de algunos defectos del vehículo (la limitadísima interpretación de Chris Evans; el esquematismo de unos personajes de cartón piedra y sin arco de transformación que son poco más que peones al servicio de la historia; el ritmo de la película, incluso o sobre todo en los momentos de acción…), sin embargo el destino al que conduce y la parte final hacen que el viaje valga la pena.

En la superficie Snowpiercer es otra película distópica que habla de revolución y lucha de clases en la tradición de Metrópolis y con clara influencia del universo surrealista que nos presentara Terry Gilliam en Brazil. Desde ese punto de vista, poco aporta a la abundante literatura y cinematografía existente al respecto. Pero el rompehielos sigue abriéndose paso en su viaje y nos lleva a otra estación del viaje al fondo de la condición humana, poniendo de manifiesto la facilidad con que los seres humanos nos quedamos encerrados en patrones mentales y, en definitiva, formas de vivir que, por insatisfactorias que sean, no somos capaces de cambiar. Nos identificamos con un rol determinado (oprimido, obrero, soldado, party animal… por citar algunos de los que nos presenta la historia) y ya somos incapaces de salir de ese vagón, pese a que sepamos que hay muchos otros, repletos de posibilidades. Evidentemente, el sistema sabe y se aprovecha de esa tendencia humana y utiliza todos los mecanismos a su alcance para potenciarla, siendo la educación, como deja bien patente Snowpiercer, uno de los principales. 

Y al acercarse a la última estación es donde el rompehielos atraviesa la capa de hielo definitiva y donde raya a mayor altura, con un último acto de muchos quilates y un clímax impresionante, enriquecido con la presencia nada casual de Ed Harris, nuestro Gran Hermano favorito. En un giro de guión brillante, se nos revela que la historia y, en definitiva, la vida no van de progresar de un vagón a otro, ni de derrotar a los opresores. Por mucho que lo consigamos seguiremos en un tren que no va a ninguna parte, incapaz de salir de su círculo vicioso, de su rueda kármica. Sus tripulantes son meros hamsters encerrados en una jaula y dando vueltas a una rueda con la fútil esperanza de llegar a algún lado, como tan brillantemente expresara el cortometraje ganador del Festival de Venecia "El Show de Trumouse" de Julio Robledo (efectivamente, mi estimado hermano). La liberación definitiva implica acabar con el ciclo del sufrimiento, como diría el budismo, y para ello es necesario tener la valentía de abrir la puerta y apearse del tren. Pero para ir al Cielo, nos dice una lectura no mitológica del cristianismo, hay que estar dispuestos a sacrificar nuestro ego y los absurdos roles con los que se identifica. 

Ése es el mensaje trascendente y espiritual de Snowpiercer, un mensaje ontológico sobre la naturaleza de la realidad, probablemente el más importante que pueda y deba transmitirse que, dada su complejidad las principales tradiciones filosóficas y espirituales han tratado de explicar mediante mitos y alegorías análogas (la caverna platónica, el concepto de Maya hinduista, la doctrina de la salvación cristiana, el samsara budista etc.). En cine ya son muchas las obras que se han atrevido con la trascendental misión de rasgar el velo de la realidad aparente y mirar al otro lado, siendo la más destacables  la trilogía de Matrix, El Show de Truman, Cube,  Pleasantville o Dark City. Snowpiercer no alcanza la excelencia de esas grandes obras, y se sitúa en un respetable segundo nivel junto a cintas como Oblivion o Abre los ojos.