¿Qué pasaría si la búsqueda de nuestra mejor versión nos convirtiera en monstruos? Esta inquietante pregunta es la que subyace en "La Sustancia", una actualización del mito de Dorian Gray, que nos sumerge en un universo visual y temático con influencias de Cronenberg, Kubrick, Lynch y De Palma.
Desde la novela de Oscar Wilde, la historia de Dorian Gray ha servido como un espejo para explorar los peligros de la vanidad, la belleza y la inmortalidad. El retrato que envejecía mientras su dueño permanecía joven ha sido reinterpretado innumerables veces en el cine, la literatura y otras artes, cada vez adaptándose a los miedos y obsesiones de una nueva era. "La Sustancia" se suma a esta larga tradición con una mirada contemporánea, explorando los oscuros rincones de nuestra sociedad obsesionada con la juventud y la perfección.
En esta película, la protagonista, interpretada por Demi Moore, se enfrenta a un dilema moral que va más allá de la simple vanidad: la posibilidad de alcanzar la versión ideal de sí misma a costa de su versión previa. Al igual que Dorian Gray, se ve atrapada en una espiral de autodestrucción, impulsada por el deseo de preservar su juventud y belleza.
Más allá de la evidente crítica a la hipersexualización, la cosificación de la mujer y los peligros de la obsesión por la perfección en una sociedad que nos bombardea constantemente con ideales de belleza inalcanzables, "La Sustancia" nos invita a una reflexión más profunda sobre la naturaleza humana. La premisa de la película de poder generar versiones más perfectas de uno mismo nos retrotrae, en cierta manera, al concepto de la "sombra dorada" de la psicología junguiana que representa el potencial no realizado, aquello que anhelamos ser y que creemos que nos hará felices. A diferencia de la mayoría de obras que se han centrado en el concepto de la sombra como el lado oscuro de nuestra personalidad, "La Sustancia" nos muestra cómo la búsqueda de esa deseable "sombra dorada" no está exenta de consecuencias inesperadas y perversas. Al alcanzar nuestra versión ideal, es nuestra identidad original la que se convierte en sombra, desatando una serie de conflictos internos y externos. Esta poco explorada idea resulta profundamente provocadora y nos invita a cuestionar nuestra propia búsqueda de la perfección.
En "2001: Una odisea del espacio", Kubrick presentaba al "superhombre" nietzscheano (aquella persona que trasciende los valores morales convencionales para alcanzar un estado superior de conciencia) como la próxima y esperanzadora etapa de la evolución humana . El "superhombre" kubrickiano representaba la máxima expresión del potencial humano, una evolución hacia una forma de vida más elevada.
Sin embargo, en "La Sustancia", Coraline Fargeat parece sugerir que en nuestra sociedad de consumo, obsesionada con la imagen y la perfección,la búsqueda constante de la mejora personal, impulsada por ideales mercantilizados y estándares de belleza inalcanzables, nos lleva a una espiral de autodestrucción. En lugar de alcanzar un estado superior, nos convertimos en monstruos para nosotros mismos.
Este paralelismo es subrayado en el tramo final de la película, donde la directora utiliza, igual que el maestro Kubrick, la música de "Así habló Zaratustra" asociada de forma indisoluble con el concepto de superhombre. Sin embargo, en "La Sustancia", esta música adquiere un nuevo significado, convirtiéndose en una partitura que acompaña en la presentación de la protagonista como una criatura monstruosa.Aparte de esta excelente contrapunto, es precisamente ese tercer acto donde la película más se desinfla.desentonando su tono hiperbólico y gore en homenaje a Troma con la reflexión más profunda que se plantea en la primera parte. La transformación de la protagonista en una criatura monstruosa, inspirada en figuras como Frankenstein, Carrie o el Hombre Elefante, resulta forzada y no logra conectar emocionalmente con el espectador.
En suma, "La Sustancia" es una película ambiciosa y visualmente impactante que plantea preguntas interesantes sobre la naturaleza humana y los peligros de la obsesión por la perfección. Si bien su exploración de la "sombra dorada" resulta novedosa y estimulante, los excesos y la falta de cohesión en el final empañan ligeramente el conjunto.