lunes, 17 de noviembre de 2025

LECCIONES DE UN BÁRBARO: Todo lo que Conan te puede enseñar sobre Psicología del Desarrollo

Pocas ideas se malinterpretan tanto como la noción de “progreso” en los modelos evolutivos. En mi labor académica, donde incorporo tanto como puedo la Teoría Integral y la psicología del desarrollo a mi docencia e investigación, el error más habitual que encuentro entre quienes tienen un conocimiento superficial de modelos como la Dinámica Espiral es la tendencia a leer la “espiral” como una escala de superioridad. Se asume que los niveles altos son mejores por definición, y que los “inferiores” hay que superarlos cuanto antes al ser primitivos, fallidos y hasta peligrosos. Dicha interpretación no solo es errónea, sino profundamente reduccionista. Cada estadio, aporta algo vital a nuestra evolución individual y colectiva; y aunque cada uno proyecte indefectiblemente su sombra, ninguna de ellas invalida la importancia decisiva de su contribución.

Probablemente, el nivel más incomprendido y demonizado es el Rojo (o Impulsivo) ya que tendemos a investirlo exclusivamente con sus rasgos más insanos: el egocentrismo moral de un Jordan Belfort (El Lobo de Wall Street), para quien el mundo es un casino donde los demás son peones para su enriquecimiento y placer; la tiranía de un Negan (The Walking Dead), encarnación de un sistema de terror donde la sumisión se negocia a golpe de miedo y crueldad calculada; o el desprecio absoluto por el orden de un Alex DeLarge (La Naranja Mecánica), cuya única ley es la satisfacción inmediata de sus impulsos más violentos y hedonistas. Pese a estas patologías, reducir el Rojo a esto es no entender su esencia.

El Rojo es, ante todo, la emergencia del Yo Poderoso, la voluntad individual que se erige contra el destino y la tribu para decir "¡Yo existo, y mi voluntad importa!"

Y para entender e interiorizar esta función esencial, no hay mejor apología que el universo creado por Robert E. Howard en su serie de novelas sobre Conan el Bárbaro. La Era Hiboria de Conan no es solo un escenario para la aventura; es una crítica feroz a la supuesta superioridad de los niveles posteriores (especialmente el Ámbar, el nivel de la ley, orden y sacrificio por la "verdad única") y una reivindicación de los valores más auténticos y vitales del Rojo.

Recuerdo con claridad cómo, en mi adolescencia, me convertí en un gran aficionado a los cómics de Conan. Fueron el eslabón de enganche perfecto entre los cómics de superhéroes de esa época, que empezaban a quedárseme pequeños en su relativa inocencia, el cómic adulto europeo y la posterior revolución del cómic de superhéroes que descubriría en obras como Watchmen de Alan MooreThe Dark Knight Returns de Frank Miller.


Como dibujante y futuro autor de cómics esporádico que sería, lo primero que me atrajo fue, sin duda, el arte. Los maravillosos dibujos de Barry Windsor-Smith en los primeros números poseían una calidad orgánica y una línea fluida y decorativa que convertía cada viñeta en un cuadro prerrafaelista o un grabado art nouveau. Pero quien realmente me impresionó fue John Buscema. Su Conan anatómicamente perfecto, era una fuerza de la naturaleza dotada de un dinamismo brutal. Y ese impacto se multiplicaba exponencialmente cuando lo entintaba Alfredo Alcalá en La Espada Salvaje de Conan. Mientras que otros entintadores se limitaban a seguir y definir los lápices, Alcalá exhibía una técnica de trazos minuciosos y delicadas plumillas en la tradición de ilustradores como Franklin Booth, que dotaban a los épicos lápices de Buscema de una profundidad, una atmósfera y una madurez visual que hacían de esos cómics una experiencia más adulta y oscura que la serie regular.

La violencia y el sexo más explícitos de La Espada Salvaje de Conan eran, sin duda, un imán para mi yo adolescente. Pero, en realidad, eran los subtemas de rechazo al nivel Ámbar los que me atraían con más fuerza. En aquel entonces, yo me encontraba inmerso en mi propio proceso de integración del Rojo propio de mi rebeldía adolescente unido a la transición de Ámbar (con sus reglas absolutas, su etnocentrismo y su orden rígido) a Naranja (con su impulso por la autonomía, el logro individual y el escepticismo ante la autoridad).

El Rojo es un nivel que ejerce una fascinación poderosa, especialmente en la adolescencia y en momentos de transición, como tan bien representa Long John Silver, el pirata de La Isla del Tesoro (no hay ocupación más roja que la de pirata). Su influencia sobre Jim Hawkins es la atracción universal de la libertad, el poder y la autenticidad radical del Rojo. Volviendo a Conan, Robert E. Howard, a través de su héroe, no solo enaltece el Rojo, sino que critica ferozmente el Ámbar. Conan (quien también fue pirata durante una época de su turbulenta vida) encarna el empoderamiento radical del individuo frente a los sistemas colectivistas del Ámbar que exigen sumisión. El cimmerio nunca pide permiso, sino que toma lo que quiere con su fuerza y su ingenio. Las civilizaciones que saquea (Aquilonia, Nemedia, Stygia) son la sombra del ámbar hecha territorio: entes en decadencia, ahogados por sus propias reglas y rituales. Sus reyes son tiranos cobardes y sus sacerdotes fanáticos corruptos que usan los valores ámbar de religión y tradición para oprimir y enriquecerse. Frente a su hipocresía, Conan es íntegro y casi virtuoso: no sirve a nada más que a su propio código de honor, simple pero inquebrantable. Representa la vitalidad indómita frente a la rigidez necrótica. Es el "Yo" que se alza contra el "Nosotros" opresor, la fuerza de la naturaleza necesaria para "podar el árbol" y permitir un nuevo comienzo.

Hoy asistimos a un preocupante ascenso de la ultraderecha y del populismo de corte autoritario en todo el mundo. Desde la lente de la Dinámica Espiral, ¿podríamos ser este resurgir de energías Rojas y Ámbar reactivas una respuesta a las patologías de un Verde insano?

El Verde (el Comunitarismo Relativista) prometió igualdad, pluralismo y sensibilidad. Pero su sombra es alargada. Cuando se vuelve insano, el Verde cae en la paradoja fatal que Ken Wilber tan acertadamente denuncia : Para Verde todo es subjetivo, excepto su propio dogma, que impone con fervor fanático. La cultura de la cancelación, la intolerancia hacia cualquier disenso y el absolutismo moral disfrazado de progresismo son la manera en que el Verde insano ha integrado de forma patológica las normas Azules de "pensamiento único" y el castigo al hereje.

Ante esta imposición de un nuevo fundamentalismo moral, no es de extrañar que muchas personas, sintiéndose menospreciadas y acalladas, se atrincheren e incluso, en algunos casos, retrocedan a un Rojo que reclama poder y voz a gritos, o invoquen la Guerra Santa de un Ámbar que promete orden, claridad e identidad fuerte frente a la "confusión" Verde.

Como decía Jung, "todo lo que niegas aparece como sombra", un fenómeno que El Club de la Lucha de Chuck Pallaniuk ilustra magistralmente. Tyler Durden encarna la angustia vital y la rebelión del hombre moderno contra el sistema naranja que lo ha domesticado y debilitado.

De igual forma, el Joker de Todd Phillips muestra el estallido del Rojo colectivo frente a un sistema podrido. Arthur Fleck no es un lunático aislado, sino el espejo en el que se refleja una multitud de "Arthurs" olvidados por élites económicas naranjas y culturales verdes que los desprecian. La película retrata con precisión cómo el Rojo individual se convierte en fuerza colectiva. Es la reclamación del poder personal mediante el caos, aunque sea autodestructivo como pretendía ser la toma del Capitolio y es precisamente este caldo de cultivo el que aprovechan Trump y otros líderes de la ultraderecha para canalizar la furia Roja hacia sus propios intereses.

El desafío, como decía al principio, no es demonizar el Rojo, sino entender su mensaje e integrar su energía de una forma más consciente y adaptativa. Porque, como bien sabía el cimmerio, la civilización es solo una fina capa de barniz sobre la naturaleza salvaje y poderosa del alma humana. Ignorarla es el mayor de los riesgos.


El universo de Conan no es una invitación a quedarnos en el Rojo, sino un recordatorio monumental de lo que queda excluido cuando un nivel superior se vuelve rígido y opresivo. Esto queda perfectamente ilustrado por el propio viaje de Conán: el bárbaro que finalmente se convirtió en rey de Aquilonia, transitando exitosamente hacia un Ámbar saludable. Su historia demuestra que el verdadero poder no consiste en rechazar nuestras energías fundacionales, sino en integrarlas en una estructura más amplia y compleja.

Si un nivel de la espiral (en este caso, el Verde) marginaliza los niveles anteriores, estos volverán con furia, como un volcán que hace erupción tras ser tapado durante demasiado tiempo. Ignorar o patologizar una etapa es garantizar su regreso de la forma más cruda y desintegrada. Y el rojo está regresando con la fuerza de un bárbaro de Cimmeria.

Aquí es donde la evolución se vuelve imperiosa. El siguiente nivel en la espiral, el Teal (o Integral), representa la única salida viable a esta guerra cultural sin cuartel. Integrar los niveles anteriores es la única manera de convertirnos en los verdaderos reyes de nuestro reino interior. En este contexto, el Teal representa el arquetipo del soberano encarnado por el Rey Conán. Es el nivel central y rector de nuestro "reino interior". Teal es la respuesta porque integra y ordena las fortalezas de cada nivel sin quedar atrapado en sus sombras. De la misma manera que Neo entendió en el iluminado final de Matrix Revolutions que no se trataba de derrotar al Agente Smith sino de integrarlo, no podemos permitirnos el lujo de dar la espalda a ninguna parte de nosotros mismos. La tarea de nuestro tiempo consiste es desarrollar una conciencia integral que sea capaz de danzar con la totalidad de lo que somos, y así abrazar la energía vital del Rojo sin su egocentrismo, apreciar el orden y el sentido del Azul sin su rigidez, valorar la eficacia y la innovación del Naranja sin caer en su instrumentalismo y honrar la sensibilidad, inclusividad y relativismo del Verde, a la vez que trascendemos sus excesos. En lugar de oponer niveles, Teal los comprende como perspectivas parciales y necesarias dentro de un sistema más amplio, gestionando tensiones y polaridades para generar una visión más completa, equilibrada y verdaderamente integradora. El verdadero poder no está en dominar el mundo, sino en tener el coraje de danzar con la totalidad de nosotros mismos.