Cuando Legend se estrenó en 1985, muchos la percibimos como el primer tropiezo de Ridley Scott, especialmente tras la brillantez conceptual y visual de Alien, Blade Runner e incluso Los duelistas. Su propuesta parecía extraviarse en el exceso formal: una estética publicitaria llevada al límite, una fotografía saturada y artificiosa, un montaje demasiado enfático y una puesta en escena que coqueteaba más con el videoclip que con el relato fantástico de aliento mítico que parecía pretender.
Pero volver a verla hoy obliga a revisar ese juicio. Legend se revela, pese
a su estética ochentera, como una fábula arquetípica de enorme relevancia
contemporánea: una advertencia sobre la erosión del vínculo entre lo masculino
y lo femenino, sobre la inmadurez psíquica colectiva y, especialmente, sobre la
profanación de lo sagrado. Allí donde lo profundo es tratado con ligereza, la oscuridad
se desata.
Como planteaba Robert Moore, la inmadurez psíquica humana, entendida como la
incapacidad de asumir responsabilidad y de relacionarse conscientemente con las
fuerzas profundas del inconsciente, está en la raíz de muchos de nuestros
problemas individuales y sociales. Cuando esas energías primordiales no son
reconocidas ni integradas, se vuelven caóticas y destructivas, dando lugar a
crisis espirituales y culturales.
En Legend, esa inmadurez se hace evidente en los actos de sus protagonistas,
quienes aún no han despertado a su verdadera identidad y poder interior.
Jack encarna a la masculinidad inmadura: noble, sensible, pero imprudente en
su deseo de agradar. Al revelar a Lili el secreto de los unicornios —el corazón
sagrado del mundo— traiciona un misterio que exige límites y respeto. No está
preparado para sostener la responsabilidad inherente al cuidado de lo sagrado.
Lili, por su parte, representa una feminidad igualmente inmadura: Al igual
que Eva en el mito bíblico, la princesa impulsada por su deseo caprichoso de
tocar al unicornio, rompe el equilibrio original y precipita la entrada del mal.
Tampoco duda en poner gratuitamente en peligro a Jack, tirando el anillo al río
para que le demuestre su amor.
La inmadurez de los protagonistas y la profanación de lo sagrado —la vida,
la naturaleza, el misterio, la belleza— sumen al mundo en oscuridad y
desolación. La llegada del frío y la penumbra tras la profanación del unicornio
actúa como metáfora de la devastación que sobreviene cuando se rompe la
relación de respeto con aquello que nos trasciende, dejando al mundo vulnerable
y al borde de la desintegración.
El unicornio y el anillo funcionan como símbolos centrales de esta dinámica.
El unicornio encarna la pureza, el misterio y aquello que no puede ser
comprendido ni poseído sin madurez; el anillo representa la unión de lo
masculino y lo femenino, la integración de opuestos que sostiene la psique y el
equilibrio del mundo. Solo cuando Jack y Lili maduren y aprenden a respetar lo
sagrado, el anillo podrá ser recuperado y el mundo superará la oscuridad y el
mal.
La derrota de Darkness es especialmente reveladora. No es la fuerza bruta lo
que pone fin al poder de la oscuridad, sino la activación de dos símbolos
junguianos fundamentales: la espada, que representa la conciencia diferenciadora,
la capacidad de trazar límites, de discernir y actuar con rectitud; y la luz,
que simboliza la revelación de la Sombra, la integración de lo negado y
reprimido. Cuando ambos elementos se unen, la oscuridad la oscuridad desaparece
dando lugar una vez más a la energía profunda puesta al servicio de la vida.
Ridley Scott, quizá sin proponérselo de manera consciente, filmó una
parábola sobre la condición contemporánea: si no aprendemos a reconciliar lo
masculino y lo femenino, a valorar lo espiritual por encima de lo material, a
amar sin poseer y a custodiar la vida y la belleza del mundo, el mal y la
oscuridad continuarán dominando.
